Julio C. Palencia
La zarpa de Monterroso me recuerda el sutil alfanje del verdugo que con diestro, insensible tajo decapita. El condenado le implora cumplir sin tardanza su labor. El verdugo le recomienda mover los hombros. Los mueve, y rueda la cabeza.
Luis Cardoza y Aragón
El río, novelas de caballería
Tito Monterroso es esencial en su escritura. Elección de lo breve, mejor aún, de lo hiperbreve. Ningún género le es ajeno: microrrelato, fábula, texto hipercorto, entrevista, novela, cuento, poesía, y cualquier otro género recientemente inventado.
Su bestiario La oveja negra y demás fábulas está conformado por agradecimientos, epígrafe, 40 fábulas y su índice onomástico y geográfico.
Un entomólogo, un domador y un especialista en aves nocturnas, así como las autoridades del Zoológico de Chapultepec en la Ciudad de México, aparecen en este sentido agradecimiento, que apela y sorprende a la buena fe de sus lectores.
A vuelta de página el epígrafe abre la puerta a las fábulas que componen este libro.
Los animales se parecen tanto
al hombre que a veces es impo-
sible distinguirlos de éste.
K’nyo Mobutu 1
Ah, lector que tienes la guardia baja, el epígrafe prefigura las fábulas por venir. Nada le hace sospechar o le advierte de la afición antropófaga de su autor. Significación nada inocente, y de lo cual nos enteramos si recurrimos al índice onomástico al finalizar el libro. Control total de la escritura, ironía, trampa existencial hecha de palabras.
El epígrafe cumple a cabalidad su cometido. Ambos, agradecimiento y epígrafe, son un túnel en donde inadvertidamente ha caído el lector y se desliza en vértigo de sarcasmo. Las certezas y convencionalismos del lector se encuentran en caída libre. Destruye silenciosamente el piso falso de nuestra pretendida convivencia social.
Extremo cuidado, inteligencia, pulcritud en el uso del idioma, la brevedad como ética y como recurrente elección monterroseana de presentar literariamente esta realidad fragmentada, esta inevitable pedacería humana a través de sus escritos.
El Conejo y el león nos prepara para la colección de perspectivas retorcidas, puntos de vista telescopiados; la diarrea verbal que la mente humana vuelca sobre un hecho real o imaginario. Muy lejos está la pretensión de alcanzar alguna verdad, la verdad no está aquí en entredicho, no existe siquiera.
La Mosca que soñaba que era un águila se sentía incómoda en su soñado cuerpo de gigante, su pico duro, sus garras pesadas, y el cansancio que le producían las alturas. Pero cuando regresaba a ser una mosca, volvía a estar tristísima y deprimida.
La Rana que quería ser una rana auténtica en su afán desmedido de alcanzar en algún momento y por cualquier medio la pretendida autenticidad logra arrancar de un comensal la amarga frase “qué buena rana, que parecía pollo”.
El Burro y la flauta, en su gratuito encuentro y su poco gloriosa retirada, semeja el amor en su derrota cotidiana y amarga, semeja la ignorada belleza generada de pronto y saberlo.
La soledad no deseada del espejo neurótico.
La buena conciencia de las plantas carnívoras ahora vegetarianas y que por fin pueden vivir tranquilas “olvidadas de su infame pasado” y devorándose unas a otras.
O la pureza sexual a la que se someten los niños de 4 y 5 años para evitar que sigan naciendo viejitos y viejitas fruto de aquellos descuidos imperdonables.
La oveja negra, ícono rebelde y de incomprensión, estandarte para toda causa (perdida o no), dolor de muelas de este trópico maltratado nuestro. Y por supuesto, el caro interés de las ovejas del montón en seguir fomentando la escultura.
El apotegma es ignorado deliberadamente, casi inutilizado, en la reinvención que Monterroso hace de la fábula; no más moraleja, bienvenidos sean el sinsentido al desnudo, la contrariedad en carne viva, la orfandad como único modo de existencia. K’nyo Mobutu nos observa, ríe, no desespera en la espera. Con Monterroso la anécdota recupera el negado estatus de exploración cognoscitiva. “Moralizar es inútil”, nos dice, “A la gente le gusta dar consejos, e incluso recibirlos, pero les gusta más no hacerles caso” 2
Nadie se siente satisfecho en este libro, a todos y todas les falta o les sobra algo. Quieren ser otra cosa. “Si el León no hiciera lo que hace sino lo que hace el Caballo, y el Caballo no hiciera lo que hace sino lo que hace el León; y si la Boa no hiciera lo que hace sino lo que hace el Ternero y el Ternero no hiciera lo que hace sino lo que hace la Boa, y así hasta el infinito, la Humanidad se salvaría, dado que todos vivirían en paz y la guerra volvería a ser como en los tiempos en que no había guerra, nos dice en El Búho que quería salvar a la humanidad.
Horacio, su íntimo Horacio, quizá lo convence de ser comedido, sin excederse en la risa y sin exceso en los ataques (como en Mr. Taylor). Epicuro se respira en Monterroso mucho más que sólo en El cerdo de la piara de Epicuro.
Como en Horacio, Libro 1, Sátira 1, cada uno y cada cual añora otra suerte:
De qué nace, Mecenas,
Que a la elección la deba o la fortuna,
Su suerte cada cual halla importuna,
Y con envidia mira las ajenas?
«¡Oh mercader feliz»
Allí el soldado dice,
De años y de trabajos abrumado.
«¡Venturoso el soldado
Allá el mercader grita,
Cuando su nave el huracán agita:
Va a la guerra, es verdad, pero al instante
Muere con gloria, o tórnase triunfante. 3
Hace ya muchos sábados, casi 30 años, escuchábamos para acompañar el desayuno un elepé cuyas dos caras contenían, en voz del autor, el libro completo de La oveja negra y demás fábulas (Voz Viva, UNAM). Mis hijos, de 5 y 8 respectivamente, lo escuchaban con atención a pesar de la advertencia de Tito Monterroso de que sí leyeran las fábulas de este libro los niños, pero con la única condición de que para leerlas esperaran a ser adultos. Para entonces, La oveja negra y demás fábulas tendría unos 21 años de haber sido publicada por primera vez, en 1969.
Podemos quedarnos sólo en el límite textual de este libro. Y no pasa nada. Quedarnos cómodamente admirando la destreza, la inteligencia, quizá recuperados de la intranquilidad y sorpresa ocasionada por sus líneas. Y no pasa nada. Este libro, parafraseando a Tito, cualquier libro, puede ser o no leído, puede o no ser ignorado, puede o no ser entendido, y no pasa nada.
Monterroso, a través de sus fábulas, nos muestra el desorden que es nuestro orden, la insensatez y la tontería generalizada de la hipocresía social que nos permea. El autor mismo se peina ante el espejo y se ve la estupidez cotidiana hasta en los pies.
Uno de los asnos que envidiaba a uno de los cerdos de una de las tantas piaras de Epicuro, mencionado por Monterroso, garabateó en una de las tantas paredes grafiteadas de Pompeya lo siguiente: Ante el filón empinado de la existencia sólo la palabra nos contiene. Ella nos crea, nos recrea, ella nos redime.
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