Texto leído el 30 de octubre de 2019 en la entrega del Premio de Poesía Editorial Praxis.
Julio C. Palencia
El lenguaje es una manera de organizar el mundo a través de un código específico. Esta aseveración es correcta para cualquier tipo de lenguaje, trátese de un idioma hablado o escrito, un lenguaje de programación de software, el mismo código genético, estructura vedada para los humanos hasta hace muy poco tiempo.
Entendemos, entonces, que el lenguaje humano organiza a nuestro parecer el mundo, le da sentido, lo hace utilizable, le otorga una estructura a lo que de otra manera sería un caos.
El lenguaje es la manera en que aprehendemos el mundo. Es nuestra herramienta para vislumbrar, adivinar, el orden oculto de lo existente. No seríamos sin el lenguaje, literalmente. Al tiempo que lo construimos, nos construye. Todo requiere ser nombrado, absolutamente todo. Categorías, órdenes, estatus, que nos ayudan a generalizar y a su vez individualizar. Es de tal manera nuestro afán en nombrar que abarcamos hasta lo que no conocemos con conceptos que nos ayudan a entender y experimentar lo desconocido, lo no nombrado, una caja de sorpresas superior a cualquier caja de Pandora mitológica.
El concepto de ruido proviene original y primeramente del sonido y afecta el lenguaje hablado. El ruido es un sonido inarticulado, un sonido que no deseamos escuchar, un sonido innecesario y causante de irritación, malestar. Su concepto acepta todos los calificativos posibles: de fondo, ocupacional, continuo, intermitente, tonal, de baja frecuencia, semántico, sicológico, cultural, sintáctico, medioambiental, etc. Podemos también considerar al ruido como el resultado de una organización deficiente, carente de tono, timbre y modulación; ruidos que son estados de ánimo sacados de madre.
¿Cómo representar el ruido anidado en la palabra escrita que pueda describir el desencuentro de lo esperado y lo recibido? La representación más fiel es el desorden. Ruido y desorden, carta marcada, moneda de un solo lado. Debo señalar aquí, y en realidad por motivos distintos, que orden no necesariamente designa la carencia del desorden, y que el desorden puede ser germen de un nuevo orden, de una organización distinta.
Y es aquí donde asoma el poema. El poema como intento de explicar un instante, una experiencia, un suceso, un evento real o imaginado. El poema, organización y orden predefinido, verso libre, décimas, sonetos, por mencionar algunas. El poema modula al ruido, lo organiza, le da sentido. Y al decir esto, pienso para mí mismo que el orden y el ruido no existirían sin nosotros, sin nuestra presencia. Somos nosotros los que determinamos su existencia, como sucede con los conceptos de belleza, bondad y amistad. El ruido quiere descifrarse, el desorden quiere cesar, ya que lo contrario es lo verdaderamente cierto: el desorden crece, la entropía es galopante, nos dice la infalible segunda ley de la termodinámica.
Entonces, en un universo que deviene ruido y desorden, aparece el poeta, pletórico de ruidos él mismo, diapasón exacerbado. El poeta resuena y se sincroniza, a veces; otras, retumba. El ruido es la materia exacta por excelencia del poeta y a partir de allí crea sus propios universos efímeros. Nada perdurará, es de sobra sabido que nada perdurará, pero por un instante la flecha apunta en sentido inverso y tiene la ilusión de ser eterna.
Y esas islas de semántica y sintaxis, orden alimentado por el ruido, la cotidianidad y lo imprevisto, constituyen los dominios del poeta. Llamamos a estas islas poemas.
Una de esas islas es Intemperie, poemas y ruidos, trabajo poético de Carlos Gerardo González Orellana, recipiente del premio de poesía que desde hace varios años ya otorga Editorial Praxis.
Intemperie, poemas y ruidos, propone en sus poemas un orden muy similar a un boquete en el tejido de la realidad, un cañonazo de palabras. El lenguaje en estos poemas produce un vértigo, una alucinación, que te muestra que más allá de esta ruptura estás tú y los otros y las otras, sin adornos y efectismos literarios.
El daño en este boquete es devastador. Qué ruido ocasiona la letra, que desolación la del hombre vestido para ser poeta.
«el poema es la voz que le da orden al ruido
la energía que quiere nombrar
y encuentra silencio”,
nos dice Carlos Gerardo.
El poeta sufre de irritación existencial, su espíritu padece de hiperacusia y tinnitus severos al mismo tiempo.
Sigue Carlos Gerardo:
«recuerda
que tras los muros de las casas
tras las deudas de los bancos
tras el hambre de los recién nacidos
hay gente que decide no matarse
aunque siempre haya algo
que haga que la vida no valga la pena»
¿Puede el poema estar contaminado y ser portador de ruido y desorden? El desorden y el ruido residen en nosotros, nunca fuera.
“Sabía que las palabras son poderosas”, nos dice el poeta.
La palabra es una forma elaborada del sonido, como la música y también como el ruido. Y al escudriñar en su más profundo ser antagónico, el ruido y el desorden nos revelan algo que no susurran al primer encuentro: no es la música y el orden sus entes contrapuestos. Sus verdaderos contrarios son el silencio y el vacío. El silencio es quien verdaderamente reina entre ellos.
El silencio es un lujo. Prescindimos del silencio por miedo. Miedo a la soledad. Miedo a encontrar nuestro ser verdadero, que no es la muerte, sino los otros, las otras. Miedo a nuestro rostro más profundo, nuestro rostro colectivo.
Podemos, para finalizar, preguntar con Thomas Eliot:
«¿Qué es ese ruido?»
El viento bajo la puerta.
«¿Qué es ese ruido ahora? ¿Qué es lo que el viento hace?»
Nada, otra vez nada.
«¿No sabes nada? ¿Ves algo? ¿Recuerdas algo?»
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