Julio C. Palencia
Hace algunos años
aquí corría un riachuelo.
Serpenteaba quedito
entre pequeñas quebradas
proveniente de un volcán nevado.
Agua cristalina y confiable,
hojarasca, piedras y arena
en un fondo bajito.
En una cascada diminuta
me acurrucaba,
refrescaba mi cuello con su caricia
líquida y fría.
Nuestros perros se persiguen y mordisquean entre sí
entran y salen del agua a brincos de contento
en áquel campo abierto
lleno de árboles y lilas de una primavera distante
de colores felices
en mis pupilas.
Aquí, en donde están estos edificios espigados
y una carretera hacia el centro de la gran ciudad
había un riachuelo
que ya nadie recuerda.
Allí sigue jugando la infancia de mis hijos
mientras sus aguas bajan
desde el volcán nevado
hacia los pedregales.
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